Lo más interesante que he leído sobre Walter Benjamin (1892 –1940) en los últimos años es que estuvo a punto de irse a Cuba para trabajar en la Universidad de la Habana antes de suicidarse en Portbou (véase el estupendo artículo “Benjamin no llegó a La Habana" de Rafael Rojas. Sobre las extrañas circunstancias de su muerte véase el documental Who killed Walter Benjamin de David Mauas).
Breve intermedio para un contrafáctico histórico: En medio de la noche sudorosa asoma Benjamín con un habano en la boca charlando con una mulata esteatopigia a la salida del Cabaret Kursall (en el entonces caliente puerto de la Habana) después de un baile amenizado por el joven y loco Pérez Prado… fotos con Ernest Hemingway y años más tarde con los barbudos recién bajados de Sierra Maestra… ¿qué marxismo les hubiera enseñado a los del partido comunista cubano?
De regreso del pliegue temporal:Por supuesto que no pretendo decir que su pensamiento no pueda aportar al estudio de la música popular de nuestros días. Pero para ser sincero, el uso que se hace de sus ideas en la escritura académica en castellano, la mayoría de las veces semeja más una especie de ritual disciplinar que se limita a repetir una y otra vez las mismas citas del filósofo, que el hallazgo de un instrumento a la medida de nuestra realidad (con perdón de mis amigos sociólogos de quien espero sus productivas críticas). A mi pobre entender, para cierto discurso académico, estamos atrapados en la era de la reproducción mecánica de citas de Walter Benjamín.
Si reparamos en nuestra circunstancia, no vivimos en la era de la reproducción mecánica del arte, sino de la producción digital de la cultura. Y eso es muy distinto. Estamos en la era del Mashup, del Cut’n paste, del sampleo, del Pop Bastardo, de la creatividad y expresión a partir del reciclaje, de la fragmentación y portabilidad de los productos culturales, de la colisión de tecnología, creatividad, ocio y entretenimiento y del remix del remix, del remix, del remix…
El problema a comprender no está en la distribución de aquello que el “artista” produce, sino en los procesos mismos de creatividad, en las necesidades expresivas de colectivos amplios que cruzan por entre las fronteras difusas que separan los artistas de los no artistas y para quienes valores supremos de la modernidad como “originalidad” e “innovación” se han desteñido al máximo, en los modos de relación que la gente de nuestro ahora establece con esos artefactos, en la noción misma de “arte” y “artista” y en la nueva reorganización de la factoría expresiva introducida por los nuevos agentes que participan en la creación, distribución, fruición e industrialización de la cultura.
Mientras esperamos que el discurso académico nos alcance, recomiendo el documental Good Copy Bad Copy: A documentary about the current state of copyright and culture (Dinamarca. 2007) de Andreas Johnsen, Ralf Christensen, and Henrik Moltkede. Se puede descargar gratuitamente con subtítulos en castellano y sin ningún complejo de culpa, desde http://bit.ly/1HySaR. (¡Gracias a Jarret Woodside por compartirlo!)
La película nos introduce en una cultura de la música y entretenimiento donde los únicos que ganan mucho dinero son los abogados que litigan contra el uso de sampleos de músicas de famosos. Obviamente el centro de la argumentación es si el copyright favorece o limita la creatividad; un tópico que pese a su innegable importancia, no debería monopolizar el debate.
Particularmente interesante es la información que aporta sobre los modelos emergentes de creación y distribución como el cine de Nollywood de Nigeria o la música de Tecno brega de Brasil. Ninguno de los dos me gustan, pero resulta indispensable estudiarlos para entender qué demonios está pasando.
Hay momentos sumamente interesantes como las entrevistas a fenómenos como DJ Danger Mouse o Girl Talk, pero lo mejor es cuando a Olivier Chastan de VP Records (la mayor distribuidora de Regge en el mundo) le bastan sólo cinco segundos de repasar la realidad tangente de nuestro mundo digitalizado, para que su discurso en pro del copyright se desmorone penosamente y literalmente salga corriendo.
Otras opiniones interesantes que abogan por nuevos modelos son, desde la propia industria, la de Peter Jenner de Sincere management (gracias a él tenemos a Pink Floyd) o, desde la academia, la de Lawrence Lessig, catedrático de Derecho y creador de Creative Commons: es sumamente inquietante su comparación sobre lo ricamente creativo que puede ser un mashup colgado en la web por un adolescente frente al estéril resumen de uno de sus libros académicos hecho por algún estudiante universitario.
Apoteósicas resultan las intervenciones del Profesor Dr. Lawrence Ferrara, Director del departamento de Música de la Universidad de Nueva York y reputado consultor sobre copyright de “todas las grandes compañías” de entretenimiento y “algunas independientes”. Enfundado en el papel de “iluminado-supererudito-buena-onda-que-habla-para-que-las-masas-incultas-lo entendamos”, Ferrara nos regala una insuperable performance auto-paródica (involuntaria, por supuesto) del mundo académico (¡así somos!).
Mientras se lo descargan pueden recordar algunos de los entrañables comentarios de Theodor Adorno sobre la música popular de su propia voz (con subtítulos en inglés) aquí y de los intentos de algunos por hacerle escuchar el sonido de nuestro tiempo (aquí).
Rubén López Cano
2 comentarios:
Mucha razón, tienes, Rubén.
Y parecido pasa con Adorno.
:-)
Isabelle
Hola, me gustaría hacer un par de observacioens y una pregunta.
En cuanto al copyright puede que el transfondo ideologico quede como baluarte de originalidad, pero puede que tenga una doble función que es más relevante actualmente como medio de control, o incluso como un canon estético encubierto. Con relación a si el copyright favorece o limita la creatividad, en algunos gags juega como si fuera una censura, dando pie su sola presencia a buscar la doble lectura.
Por otro lado:
Hace poco me tocó estudiar en Historia del XIX que un tal Breger escribió un libro que tituló más o menos “Manual rápida sobre cómo componer sonatas como churros”. Así como observamos el concierto de Kullak que supuestamente copió a Chopin. Más tarde observamos como el Concierto n.1 de Chopin es un corta y pega del Concierto n.2 de Hummel y del Concierto n.1 de Kalkbrenner. Dejando de relvancia la jerarquización que hace la historia así como la modernidad hace un uso muy subjetivo y negativo del termino copiar.
Más, si nos hablan de Brahms y la referencia que hace de él Schoenberg en su ensayo “Brahms, el progresivo”, señalandolo como el crador de ese estilo compositivo.
Se dice que vivimos en “la era del Cut’n paste”, pero, ¿Cuando nace esa era?
P.D: Para quién no supiera como yo el término esteatopigia, es un término proveniente del griego que significa "grasa en los glúteos". Se asocia a la fertilidad, como es el caso de la Venus de Willendorf.... Según la wikipedia,
Ibán Martínez.
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